Se cancela la Guelaguetza
Eduardo Ismael
Ilustraciones: Daniel Salud
“…Di porqué me abandonas…”
Chuy Rasgado
En Santa Rosa Panzacola (no confundir Panzaloca), muy cerca del Mercado Zonal, entrando por el Shoes Collection, yéndose hasta la iglesia y doblando a la derecha, se llega a un escondido pasaje entre dos casas habitacionales: las memelas de doña Toña.
El pasaje se encuentra cubierto por macetas colgantes y en ambos lados los muros están cubiertos por plantas trepadoras. En las mañanas nubladas de julio, el pasadizo que conduce a la zona de las mesas da una sensación de húmeda penumbra.
El puesto de doña Toña, que para los evasivos es un tímido restaurante, de 9:00 a 11:00 de la mañana es el centro informativo de gaseros, repartidores de agua, estudiantes y desempleados.
Si el hipócrita lector tuviera que imaginarse el puesto de doña Toña, habría que señalar el intimidante decorado vudú: muñecos descabezados, botellas de licores extraños y luces multicolores cuelgan del techo.
La temporada marca la diversidad de los adornos. En julio no faltan las pequeñas muñecas de barro y de plástico vestidas con los trajes tradicionales de las regiones del Estado: Costa, Cañada, Istmo, Mixteca.
Si se llega al mediodía, en la mesa de la entrada pueden verse los periódicos manoseados. Ese día, en enormes letras azules podía leerse la noticia que un día antes había encendido las redes sociales a nivel nacional: “Se cancela la gran fiesta de los oaxaqueños”.
—Pues, en Oaxaca dicen que hay dos periódicos, pero creo que eso es falso. En realidad, son uno mismo con distinto nombre. Incluso los dos tienen las letras en azul —dijo Alex mientras esperaba su orden.
—Es cierto. Las dos portadas dicen lo mismo: “Se cancela la Guelaguetza” —respondió Arcelia, observando de reojo la empanada de flor de calabaza que se le preparaba.
—Pues, no los puedes culpar: esa noticia salió hasta a nivel nacional. A ver, pásamelos. Al menos deben tener información diferente.
—Lo dudo. En verdad, lo dudo —dijo Arcelia.
—Pues… dicen lo mismo. Los dos medios citan fuentes anónimas del Gobierno del Estado.
—En Twitter se dice lo mismo, pero no hay todavía respuesta del gobierno, ni federal ni del estado —dijo Arcelia, deslizando el dedo por la pantalla su celular.
—Pues en el caso en que se cancelara la Guelaguetza, la verdad, qué bueno, porque ni les pagan a los chavos que bailan. Deberían darles algo del boleto.
—¿Y por qué les iban a pagar, si es todo un orgullo? ¿Te acuerdas de Xuna, mi prima? Yo la acompañé.
—Pues, si no cobraran los boletos entendería el “orgullo”. ¿No viste lo de este año? Un pendejo alemán pagó 60 mil pesos para ver a Yalitza. ¿Sabes cuántas yalis pudo ver gratis en la Guelaguetza de Xoxo?
—Eso es racista, pinche Alex.
—Arcelia, pues racista es la pinche Guelaguetza. Te confieso que yo nunca he ido. Pinches boletos recaros si no tienes tu palanquita en el gobierno.
—Seguro no has ido porque no has querido.
—No, en serio, pues no he ido porque en primer lugar no me gusta, en segundo porque gracias a esa madre en todo el mundo piensa que en Oaxaca únicamente hay indígenas.
—Eso es racista, pinche Alex. Y esa madre no es cualquier madre, es LA GUELAGUETZA.
—No, güey. Racista es que te cosifiquen, te pinten, te adornen, te vendan y después todo el puto año se olvidan de ti. Eso le hacen a los bailarines. Eso le hacen a la cultura, a la verdadera cultura oaxaqueña.
—A ver, si tan mal los tratan, ¿por qué siguen todos los años queriendo participar? La verdadera cultura oaxaqueña no existe.
—Todos los años ya no: ya no va a haber y qué bueno. Si fue por la austeridad, yo encantado. Que arreglen los baches, que pongan basureros y luego si quieren hasta yo les bailo el Jarabe Mixteco.
—¿No que no te gustaban los bailes? Ningún chile te embona. Estás muy cabrón, Alejandrito.
—Claro que me gustan. Lo que no me gusta es que se comercialice, que se encaje lo oaxaqueño en una pinche fiesta que además inventaron. ¿Cuándo has visto tú que en verdad a un mixteco le caigan bien los pinches istmeños? Es más, ¿cuándo has visto que a un istmeño le gusten los serranos? ¡Nunca! ¿Y ahora me vas a decir que se van a poner a bailar juntos nada más para que unos cuantos güeros les aplaudan? Por favor.
—Ay, manito, yo creo que lo que a ti no te acomoda es ser oaxaqueño. Has de ser gabachero.
—Mira, mira, ya van a hablar en Canal 9. Me pasa otra memelita, doña Toña, na’más que sin asiento. Y para que sepas, ni me gustan las güeras.
—Ya escuchaste. No la van a cancelar, para que hagas más coraje.
—Pues, no negaron ni afirmaron nada. Acaban de decir que está en revisión por gasto y corrupción.
—Alex, no hay absolutamente nada que revisar. Piensa en toda la gente que se ve beneficiada de la Guelaguetza: los taxistas, las vendedoras de comida, los hoteles, bares, restaurantes. Tu papá es taxista.
—Pues, mira, si a esas vamos, tú ni oaxaqueña eres. Tus papás son fuereños.
—Eso es racismo, pinche Alex. Y como dijeras tú, para que lo sepas, mis padres me registraron en el Tule.
—Menos: ahí son rechocantes para aceptar a la gente. Pero órale, va, te la paso. Nada más dime…
—Aquí están sus memelitas, joven… ¿Ya vieron lo del periódico verdad? Tremendos, la verdad. ¿Ya vieron cómo pusieron al danzante de la pluma? Es una falta de respeto. Ya sé que estoy de metiche, pero la Guelaguetza es de todos.
—¿Y usted ha ido, doña Toña? —preguntó Alex.
—Uy, sí. Eran otros tiempos, nada de Face ni esas cosas raras. Ahora, hasta los perros que brincan con cuetes los hacen famosos.
—¡Tómala! —dijo Arcelia—. Hasta doña Toña sabe que la Guelaguetza no se puede cancelar. Es más, si la cancelan, estarías hablando únicamente de la que se hace en el Cerro del Fortín. Guelaguetzas hay muchas.
—¡Con más razón! —repuso Alex—. Que la cancelen y que ese dinero lo usen para abrir una gran academia estatal de danza. O para publicar libros de escritores desconocidos, no sé, para pagarle el viatico a los deportistas. Pero que la cancelen.
—No te vayas a ahogar. Mírate, hasta parece que no puedes con el gusto. Pero estás equivocado: la Guelaguetza es parte de la marca Oaxaca junto al mezcal. No puede dejar de existir.
—Eso es lo que te estoy intentando explicar: es una marca perniciosa. Mírame a mí, ya que estamos en temas personales. ¿Sabes cuáles son los papeles que me ofrecen como actor? Claro que lo sabes. Hasta me cabuleaste la vez que salí de mozo indígena en la basura esa de la Independencia.
—También te dije que todo te lo tomas personal. Tus resentimientos no te dejan crecer.
—¡Ándale, cabrona, repítelo, repítelo si quieres que te diga tus verdades! ¡Aunque me escuche doña Toña!
—No se peleen —dijo Doña Toña desde el fregadero—. Yo estoy con los dos: que se cancele la Guelaguetza del gobierno y que hagan otras en su lugar.
—¡No se meta, señora! —dijo Arcelia.
—No le hables así a doña Toña ni me insultes. El que pagues café de 85 pesos no te da ningún derecho a decirme resentido o cualquier mierda. El punto de lo que te digo es que no se puede vivir así, encadenado a que te vean como indio, como si no pudieras hacer otra cosa que no fuera de indio. Literatura de indio, pintura de indio, ropa de indio, música de indio, periodismo de indio, bailes de indio, teatro de indio…
—Lo siento, doña Toña. Este Alex que me pone así, porque no entiende el muy inútil.
—No me chingues Arce, no me chingues.
—Entiende, cabrón, tienes identidad, una muy cabrona y milenaria. No tiene nada que ver con la Guelaguetza, ya te dije. Si la cancelan, van a aparecer otras diez.
—No, es que la tienen que cancelar. Esa madre de conferencia de prensa fue con la única finalidad de calmar a los privados y a los grupos de ambulantes, estoy seguro.
—Hagamos de cuenta que la cancelan. ¿A ver? La cancelan y ¿qué sería lo primero que sucedería? —preguntó Arcelia.
—Por supuesto que saltarían todos, principalmente la iniciativa privada. Seguro mañana aparecen los comunicados. Luego todos los presidentes municipales y la Sección 22.
—Sí, pero así como lo pones ya no suena a una tragedia. Es decir, la fiesta se puede reformular. Dos funciones de cuatro horas cada lunes es un evento muy mal planeado, ¿no crees? Imagina comenzar desde junio… no, mejor desde mitades de junio, cada lunes en un municipio distinto, pero únicamente dos horas. Imagina, con más de 500 municipios tendríamos una nueva Guelaguetza cada año.
—Lo tuyo es la mercancía. Entiendo que no quieres que se cancele.
—Alex, no entiendes nada. Perdemos todos.
—Hasta no ver… ¿Cuánto le debemos, doña Toña?