Machitos

Colectivo Cuenteros
7 min readMay 17, 2020

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Antonio Asunción Pacheco

Basado en: La chica satélite, de Kurt William Hackbarth.

Machitos, es un ejercicio para el taller del Colectivo Cuenteros a través del cual, con autorización previa del autor de un cuento, se hace una versión propia de esa historia tomando como base la estructura, los personajes, el hilo conductor o la premisa, no con la finalidad de logar una mejor versión, sino la de aportar una perspectiva distinta.

El camino a la secundaria es una terracería amplia en la que el tropel crece a medida que, obligados a cumplir con un día más de clases, nos integramos desde las veredas de los barrios. A cada paso que doy con mis tenis desgastados, el pelo da tumbos sobre mis ojos pero no lo pienso recortar a menos que me obligue el director. Un chavo lleva un cubo con cuadritos de colores al que él y sus amigos tienen días tratando de dejar de un solo color cada una de sus caras. A este pueblo todo llega tarde, dice mi hermano que ese juguete estuvo de moda hace más de cinco años en la ciudad.

Cada quien se junta con su cada cual: cerebritos, tímidos o desmadrosos. Yo soy de los desmadrosos. Eso sí, hay una división más importante: chavos y chavas. Ellas nos coquetean y nosotros debemos tratar de conquistarlas. Lo común es mandar recaditos: dile a Paty que me gusta. Dice Paty que se lo digas tú. Cuando ya son novios, se citan atrás de los salones y se dan besos. A la mayoría nos espera el matrimonio y el trabajo en el campo, sólo los muy inteligentes asistirán a la universidad. Yo no tengo novia aún.

Y en esta división tan marcada, está él: Nicolás, el que no encaja en ningún grupo, ni siquiera en los que debería. Aparece desde una ladera con su prima Norma y nos rebasan. Ella me lanza una mirada y me hago el desentendido. No me gusta. Mis amigos dicen que yo a ella sí. Nicolás no me cae mal, no consigo entender por qué siento rechazo por él. No es por ser el más inteligente del grupo y el único con posibilidades de ser doctor o enfermero, como lo aseguró cuando se presentó en el salón, creo que es por sus modales afeminados.

- ¡Nicolás! ¿Por qué caminas como vieja? — Oigo gritar a Ramón, uno de mis mejores amigos.

Ramón siempre está buscando con quien medirse a golpes. Todo lo que tiene que hacer Nicolás, es fingir que no lo escuchó. Les diré a mis amigos que él será algún día el doctor del pueblo y si lo molestamos se vengará inyectándonos veneno. Eso los hará reír, y distraídos retrasarán la acusación. Pero Nicolás voltea a ver a Ramón, chasquea la boca, hace una mueca y sigue su camino.

Que los desmadrosos busquemos a quién molestar no tiene nada de raro. Da lo mismo expulsar aire con los labios apretados cuando un profesor camina distraído, o darle un coscorrón a algún tímido y cruzar los brazos mirando hacia otro lado mientras él finge no adivinar de dónde vino el golpe, eso salva un poco su orgullo, a menos que quiera ponerse al brinco y entonces recibir una paliza de verdad. Y es mala idea que un tímido decida jugar al mártir, porque nos ensañamos con él. La víctima debe rezongar de modo que nos haga reír y no enojar si desea que el asunto termine pronto. Si llegamos a los golpes, podemos tener problemas en la dirección o con sus familiares. Por eso es mejor utilizar las palabras, no dejan marcas y, si las usamos bien, sus propios amigos continúan lo que iniciamos. Sé de adultos que conservan el apodo que les pusieron en la escuela.

- ¡Puto! — grita Ramón.

Todos somos testigos de la palabra que ha caído sobre él y de la que no podrá deshacerse, porque le ha dado nombre a lo que pensamos. Es como si Ramón, igual que lo ha hecho con otros, le hubiera puesto un chicle extendido en la cabeza, y Nicolás no pudiera quitárselo con sólo llevarse las manos al cabello. Tendría que raparse y más gente se enteraría de por qué lo ha hecho, y luego toda esa gente recordará por siempre que se rapó alguna vez.

- Sí — dice alguien más — . Ese wey es joto.

- Hey, enfermera, te estamos hablando.

Las risas surgen por doquier. También ríen los tímidos, porque tal vez piensan que tienen la oportunidad de quedar a salvo por un tiempo. Le gritaron a Nicolás, pero descubro que me he sonrojado yo. Bajo la cabeza para que el pelo caiga sobre mi frente y tener una especie de cortina en los ojos al volver a levantarla. Escucho el insulto de Norma a Ramón para defender a su primo. Y con eso lo acaba de hundir. O tal vez no lo suficiente y ahora Nicolás se detiene y voltea envalentonado.

- Si es que lo soy, ¿qué chingaos les importa?nos grita.

Las risas aumentan. Él tenía que callarse o contradecir la acusación. Y no conforme, cierra un puño y lo levanta en arco mirando a Ramón. Ha cavado su tumba.

- ¡Chin! — dice un compañero — . Te mentó la madre un joto.

Estamos ya frente la reja de la escuela. Nicolás avanza a través de ella. La pelea no puede darse adentro sin consecuencias, pero sabemos que sucederá sin falta a la hora de la salida.

Llevo horas pensando en la suerte de Nicolás. También lo estará haciendo él, porque en cada receso se dirige a prisa al patio y se mantiene a la vista de los maestros. Lo miro recargarse en una pared con las manos atrás, apretar los labios y levantar el rostro pero no la mirada. Ramón le ha quitado el cubo de colores a su dueño y ésta concentrado en mover las piezas.

- ¡Puta madre! — grita y suelta una carcajada — . Wey, casi lo lograba.

Pero sé que aunque ría no ha olvidado la afrenta de Nicolás. Le dará una paliza sin que el otro alcance a meter las manos. Mis padres me preguntarán qué sucedió, y al saberlo, por mí o por otros, harán más preguntas, y quizá descubran que hay cosas en las que nos parecemos él y yo. Y no podré explicar lo que tampoco comprendo. Pero en todo caso pronto tendré una novia, y esa será entonces nuestra principal diferencia. Mientras tanto, siento mía su causa, algo que no me sucede con los ñoños que acostumbramos molestar. Es como si la voz de alguien invisible me advirtiera que mi suerte depende de la suya. Debo ponerme a salvo. Y quizá eso lo salve a él también.

La bolita de papel pasa de mano en mano hasta el pupitre de la prima de Nicolás. En el recorrido algunos han leído el mensaje: Me gustas. ¿Quieres ser mi novia? Otra bolita de papel regresa de mano en mano: Al rato platicamos. La noticia corre entre susurros.

Al sonar la chicharra, nos apresuramos a recoger nuestras cosas. Nicolás, que se sienta al frente, es el primero en salir. Supongo que Norma intentará protegerlo, pero se detiene en la puerta.

- Vamos a platicar atrás de la dirección — me susurra cuando me acerco.

Algunos compañeros gritan algo inentendible. En la explanada, Ramón ha tomado por el cuello a Nicolás y lo hace caminar junto a él con el cuerpo inclinado, probablemente le ha tapado la boca. Los demás se apresuran a cubrirlos. ¡Mi primo!, exclama Norma llevándose una mano a la cabeza y echa a correr hacia allá. En cuanto salen a la calle, Ramón suelta a Nicolás y le da un puñetazo en el rostro. Nicolás ni siquiera intenta defenderse, se suelta a llorar y cubre su rostro con las manos. Norma se interpone entre él y Ramón, y yo entre Ramón y Norma, que ahora lo insulta.

- ¿Vas a defender al jotito nada más porque te vas a caldear a su prima? — Se burla Ramón, brincando de un lado a otro y lanzando golpes al aire como un boxeador sobre el ring.

Me muevo a su ritmo y con un gesto de desagrado le doy a entender que no tengo otra opción. Nicolás aprovecha para huir.

- Veme a ver en la tarde, me chiflas desde el poste que está cerca de la casa — dice Norma mientras corre tras su primo.

Ramón intenta alcanzarlo, pero me atravieso y le abrazo el cuerpo al tiempo que río y le digo ya wey, déjalo, ya viste que no te sirve ni para el comienzo. Los demás no tienen interés en perseguir a Nicolás y prefieren ver si la bronca se da entre Ramón y yo.

- Mañana le voy a partir su madre de todos modos — me advierte Ramón.

- Sí, wey — le contesto — . Y yo mañana hago como que no me doy cuenta.

No ha pasado un minuto desde que chiflé. Nicolás llega cojeando al poste de luz, donde espero con las manos en los bolsillos.

- Dice mi prima que ya viene.

Ramón le dio un golpe, pero tiene varias marcas en el rostro. No pregunto. Doy por hecho que en su casa lo tenían advertido como a mí: Si te pegan y no pegas, yo te termino de madrear.

- Voy a decirte lo que debes hacer a partir de mañana — le digo pasándome la mano por la frente para deshacerme del mechón de cabello — . Pensaba mandártelo a decir con Norma.

- No es necesario — dice bajando la voz — . Ya no voy a regresar a la escuela nunca más. Desde mañana voy a acompañar a mi padre al campo.

Creo que ha dicho gracias, no lo escuché. Mi mente trata de rehacer las imágenes de su futuro. Toma mi mano para despedirse y hace con ella un sándwich con sus dos manos. Lo empujo.

- ¡Pinche joto! — le digo furioso — . Mis amigos tienen razón.

De reojo miro a Norma salir de su casa. Nicolás se aparta y se aleja rengueando.

- ¡Seguramente irás al campo a hacer la comida o a repartir el agua de horchata! ¡Y un día inyectarás gallinas! — le grito queriendo reír burlón, pero no lo consigo, como tampoco consigo entender mi rabia.

(Cuento publicado originalmente en el diario Noticias, Voz e imagen de Oaxaca, a través del Colectivo Cuenteros)

Liga al cuento: La chica satélite, de Kurt William Hackbarth

Publicado originalmente en https://medium.com el 17 de mayo de 2020.

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