Bultito

Colectivo Cuenteros
5 min readMar 22, 2021

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de Ainda Dobarro

Doña Refugio observó a la mujer que tenía enfrente, sentada en la orilla del sillón. La mujer llevaba el cabello recogido, la bolsa colgando del hombro y en los brazos un bultito de cobijas del que salió un llanto que apenas se oía. La señora lo movió al mismo tiempo que se presentaba: Sofía Mendoza. Después de un escueto mucho gusto, lo primero que dijo Refugio fue que la Casa Hogar no acepta niñas menores de cinco años. Déjeme explicarle, interrumpió Sofía. No, yo soy la que le va a explicar, dijo Refugio, aquí no tenemos cunas, ni cosas, ni personal que atienda una recién nacida. Porque, por el tamañito, acaba de nacer, ¿verdad? La señora asintió con la cabeza. ¿Y la mamá? Sofía alzó los hombros. Desapareció; dejó a su hija y se largó. ¿Cómo? Eran horas de servir el desayuno y Juanita no bajaba, ni contestó cuando le hablé, así que subí a la azotea, y cuál sería mi sorpresa cuando encontré a la niña en el cuarto, sola, llora y llora, mojada y hambrienta. Pero Juana ni sus luces. ¿Se fue sin decir nada? Nada, afirmó Sofía, y agregó que ni siquiera había dicho que estaba embarazada, que ella y su familia estaban shockeados. Ante el asombro de Refugio, Sofía aseguró que no se le notaba, que se veía gordita, pero nada fuera de lo normal, que hasta después se dio cuenta de que anduvo fajada.

Como quien no quiere la cosa, Sofía se levantó y puso a la niña roja, arrugada y cubierta de mantas en los brazos de doña Refugio. Luego metió la panza exagerando el gesto y dijo ¿Se imagina? Refugio meció a la bebé que empezó a hacer pucheros. Es probable que Juana regrese, dijo, el instinto materno es muy fuerte. Sofía guardó silencio así que Refugio preguntó por el papá. No pues, es lo último que podría saber, le estoy diciendo que ni siquiera sabía que estaba esperando un hijo. Pero tendrá alguna referencia, ¿algún familiar?, insistió Refugio, o ¿cómo llegó a su casa? Mire, ese no es el punto, respondió Sofía. La cosa es ponernos de acuerdo ahorita para ayudar a este… angelito… mírela. Doña Refugio vio a la criatura y dijo que le daba mucha pena pero no podía hacer nada por ella, que no estaba en sus manos.

Se puso de pie y regresó a la bebé al regazo de Sofía. Argumentó que por algo nació en su casa, y encontrarla ahí, desprotegida, podría ser una señal, un asunto del destino. Agregó que cuando las niñas llegan a la Casa Hogar ya hablan, caminan, se valen por sí mismas. Que además, no se aceptan huérfanas. Todas tienen una familia, aclaró, no las pueden criar, pero las apoyan, y aun así, el Hogar tiene muchas necesidades. Mire, señaló la ventana por donde se veían las niñas lavando en los fregaderos, barriendo el patio con escobas que apenas podían sostener. Esas pobres, mal bañadas con agua fría, tienen costras y piojos, duermen en catres orinados, se llenan la panza con atole y tortillas; mientras que usted podría cambiar el futuro de ésta. Por un momento solo se oyó el llanto quedito y el sonido metálico de las pulseras de Sofía mientras movía mecánicamente a la bebé. Pues yo podría ayudar al albergue con cosas, con dinero. Lo que no puedo es tenerla en mi casa, ¿me explico? Se podría prestar a mil habladurías.

Volvió a poner a la niña en brazos de Refugio, quien no quitaba el dedo del renglón. Hay que encontrar a la familia biológica o buscarle una adoptiva. No es tan fácil, objetó Sofía, seguro estará mejor aquí, con otras niñas como ella. Aquí no hay niñas como ella, ya le dije que no tenemos lactantes. Puede hacer una excepción. Aparte no tiene papeles. Bueno, eso se arregla. Imagínese que Juana regresa. Juana se fue por su propio pie; además cómo la va a encontrar a usted. Ay no, cualquiera podría pensar que me la robé. Doña Refugio le dio la niña a Sofía y cruzó los brazos. Usted tiene más posibilidades de ayudarla que yo. O… ¿por qué no busca otro lugar? Porque me la recomendaron a usted, como buena cristiana, de buen corazón.

La señora dejó a la niña en el sillón gris y desvencijado en el que estuvo sentada, junto con unos billetes y un papel en el que escribió su teléfono. Dios se lo tomará en cuenta. Con esto le alcanza para los primeros meses, ya luego hablaremos. Oiga, no, se alarmó Refugio, yo no tengo autorización para recibir una niña tan chiquita, ni sé qué hacer con ella. Por favor, llévesela. Pero Sofía se volteó sin hacer caso y se dirigió a la puerta. Refugio la detuvo tomándola de un brazo. Si pones un pie afuera sin llevarte a la escuinclita, te voy a denunciar. Adelante, dijo Sofía sosteniéndole la mirada. Se soltó con brusquedad y salió a la calle. Refugio la siguió y se interpuso entre Sofía y la puerta de la camioneta. Yo sé por qué no buscas otro hospicio: porque no quieres andar por la ciudad con una niña que no puedes explicar, porque difícilmente alguien te va a creer esa historia… Sofía la agarró por los hombros y le dio un empujón que le hizo perder el equilibrio. Luego se subió, se puso los lentes oscuros y arrancó.

Refugio se levantó y a pesar de las rodillas raspadas, entró corriendo a la oficina y marcó el celular de Sofía. Escuchó la grabadora: el número marcado no existe. Marcó al 086. Para hacer una denuncia… Colgó. ¿Qué vas a denunciar? Se hablaba a sí misma, ¿que una supuesta Sofía Mendoza se apareció aquí con una niña y te la enjaretó así como así? Ay, por Dios. Miró a la niña que para ese momento lloraba con toda la fuerza de sus pequeños pulmones. Desenvolvió las mantas que la cubrían, la cargó y se la acercó a la cara. Inocentita, susurró, mira nomás cómo viniste a dar aquí. Se sentó en el sofá y con suavidad le estiró las piernas y los brazos. Cuánto tiempo pasaste apachurrada, pequeña. Vio sus facciones diminutas y le acercó un dedo al que la niña se afianzó.

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