Betabel a dos de tres caídas
de Miguel Ángel Roldán Tovar
A once calles de aquí hay un mercado. Ocupa lo de dos manzanas. Con el techo de lámina altísimo. A Joselo le gustaba acompañarme. Entrar y encontrarse con la multitud de desconocidos pasándole a los lados, a veces golpeándole la cabeza sin querer. Otras, haciéndole cosquillas en la oreja con el cilantro o el epazote que se les sale del mandado.
Lo que más disfrutaba Joselo: los olores. Esos que se te avientan encima después de atravesar la puerta del lugar. Por donde pasara se le veía entrecerrando los ojos para aspirar con fuerza. Se llenaba la nariz de las albóndigas al chipotle bullendo, del pápalo recién trozado, de las mandarinas peladas.
Caminé sola por el pasillo de las verduras. Buscaba betabel. Encontré unos bien grandes. Llegué a casa y los eché al lavabo y les restregué su panza y sus tallos y hojas. Joselo los puso a secar. Buscó en las bolsas del resto del mandado algún luchador para su ring. Tirso se había acabado a mordidas los que le quedaban y se lo había dejado vacío. De qué carajo me sirve sin luchadores sudados, me decía Joselo cada vez que lo veía ahí solito. Yo no lo reprendía por su vocabulario: a uno cuando se encabrona se le va la boca. Dejó las bolsas desordenadas y se fue a su cuarto. Miró con desprecio a Tirso, que hacía remolinos persiguiéndose la cola.
Corté los tallos de los betabeles. Fui al jardín y los planté.
A los betabeles hay que dejarlos solos una vez que se les entierra. Las cosas que pasen, pasan allí abajo. Sin otros espectadores más que uno que otro insecto subterráneo. Hay que dejarlos solos para que crezcan. Algo así leí en algún lugar. Era la primera vez que plantaba algo.
A los betabeles les habían brotado hojas de sus tallos. Muy verdes. Joselo salía a regarlos por las noches. En secreto. A escondidas. Bañaba de agua los betabeles mientras mojaba su manita. Cuando terminaba, con mucho cuidado, secaba el agua de sus pies y chanclas. No quería dejar rastro.
Volví del mercado. Joselo me recibió la carne, la fruta y la verdura. Acomodamos los mangos en su canasto, las espinacas en el refrigerador. Al terminar miró en el fondo de las bolsas. Ni un luchador. No le había levantado el castigo. No se deben romper los platos contra la pared aun cuando extrañas mucho a tu abuelo muerto. Se lo expliqué. Y cuando se lo explicaba, de los ojos de Joselo cayeron gotitas. Porque ya no jugaría más a los luchadores con Sampe, su abuelo, ni mandaría al carajo a los técnicos como cuando iban juntos a la arena a ver a los de carne y hueso. Joselo apartó a Tirso de una patada. Limpiaba las lágrimas de sus cachetes y me dejó ahí, sin poder decirle de la sorpresa que pensaba darle si se portaba mejor. Y corrió al jardín y se puso a pisotear donde se asomaban las hojas verdes. Al carajo tus betabeles y al carajo tú, quiero a Sampe con nosotros, quiero que regrese. Alcanzó a machacar uno, lo supe por el trozo que pegó contra la pared y la manchó. De una patada desenterró otro. Ahí estaban panza afuera hechos pedazos. Joselo se detuvo. Miraba sus tenis blancos con rayones entre morados y rojos y miraba los betabeles descuartizados.
Vi la escena: Joselo jadeaba. Tirso le pasó entre las piernas haciéndolo caer, movía su cola mientras olía los betabeles. Joselo se quedó ahí con las rodillas encajadas en el pasto y las manos coloradas. Inmóvil. Miraba los betabeles y miraba sus manos y uñas sucias.
Corrí adentro de la casa y regresé con dos luchadores que escondía en mi bolsa de mano. Imité lo mejor que pude la voz de Sampe: ‘Aquí viene el ídolo de las multitudes…’, tomé a Rey Misterio y lo hice volar y me lancé contra Joselo y lo puse de espaldas contra el piso. Lo vi apretar sus puños. Sentí cómo me empujaba hacia arriba con toda su fuerza para quitarme de encima.
Antes de que pudiera soltarse para el contraataque le apliqué un medio cangrejo y ya lo levantaba para hacerle el tirabuzón. Le daba vueltas en el aire. Una sonrisa iniciaba en su boca. Quién sabe a dónde fueron a dar los luchadores. Joselo solo me pedía que le siguiera dando más y más vueltas.