Ana()coreta
Eduardo Ismael
Parte I
“Tú que eres poeta y en el aire las compones…”
Guillermo Veronesi.
A la memoria de Pepe Molina.
Quiero decir en esos días era muy fácil obsesionarme con un solo verso: “Se ha trenzado una corona de negruzca fronda en la región del Acra”. Padecía también la obsesión de caminar por el centro de Oaxaca después de 5 años de estar convencido de escribir poesía. Había quienes tenían objetivos más grandes o difíciles. El mío era intentar escribir buena poesía, no un pinche poema suelto e inútil, efectista e inútil, mejor dicho.
Salí de Oaxaca por decisión de mis padres, ni mi convicción poética ni mi afición al mezcal pudieron evitarlo. Migré a la CDMX (EXDF) y solo me traje malas mañas y frases pendejas como: “Morir no es de guapos”, Robie Williams Dixit.
A pesar de eso en mi Facebook yo era (¿o soy?) un poeta conceptual atormentado y en contra de todo lo que no fomentara mi “trabajo”.
Cuando volví, convertido en Odiseo psicoanalizado, creí que en realidad me había ido porque a nadie le gustaba lo que escribía, no podía olvidar cuando le dije a un amigo (no voy a decir su nombre), que quería mostrarle mis textos. Se echó a reír después de escucharlos diciéndome que eso era un meme.
En el año que regresé a Oaxaca coincidió con un taller de poesía que iba a dar Pepe Molina, en realidad no sé por qué le digo Pepe Molina, siempre usé la convención de decirle “maestro”, de manera muy hipócrita porque todos decían que era bueno pero nadie lo leía.
El máster Molina preparaba su taller en el IAGO. Pero no le decían taller, como iba ser en el IAGO, había que sonar a la altura, entonces le comenzaron a decir seminario de poesía. Aquello parecía como si los dioses de la poesía me mandaran un mensaje para probar mis habilidades y de paso volver a inmiscuirme en un círculo que siempre me miró como un farsante.
La primera sesión me sirvió para darme cuenta que éramos 12 participantes incluyendo a Pepe Molina. Llegué temprano y saludé sin hacer plática. Como es común en Oaxaca había varios que se conocían. Molina inició la sesión, olía a mezcal y dejó claro:
— De aquí no van a salir siendo poetas.
Esa frase me revolvió las ideas. Al salir de la primera sesión del IAGO la húmeda noche oaxaqueña me recibió junto a los framboyanes frente a Santo Domingo. ¿De qué carajo servía ir al taller si no podría nombrarme poeta? Una tonada me trajo de vuelta al mundo real: era La del moño colorado. Me di cuenta quién lo tocaba: era una mujer morena, con rasgos indígenas, al principio creí de Chiapas, luego me dijo que era de Zoochila.
Aída era su nombre, tenía 24 años, era madre soltera y adicta al cristal, una especie de “cliché de la pobreza”, en sus propias palabras. El día del moño colorado Aída se me acercó. Creí que vendría a poner su cara de desnutrición y pedirme dinero, pero no fue así, la muy cabrona llegó a ofrecerme cristal, después me confesaría que lo hizo porque me vio salir del IAGO.
Le compré un 50 y le dije que me prestara su pipa (en realidad le tendí el anzuelo), entonces aceptó y nos fuimos al Carmen Alto, siguió tocando El moño colorado, le reclamé y le dije que tocara otra mientras el humo de la metanfetamina dejaba mi cuerpo.
La segunda sesión cayó un miércoles, lo tengo anotado. Leímos a autores chilenos (LOS CUALES ME CAGAN). Al salir, Aída me estaba esperando.
— ¿Perro, unos pipazos?
— Aguanta. — Me puse colorado, no quería que supieran tan rápido que me gustaba el cristal. — . voy al baño y vamos.
— En caliente pues- me respondió mientras saludaba a otras morras del taller.
Esa tarde fumamos en Babel con otras morras del taller de poesía. Aída se puso hasta el huevo y con la mirada perdida nos dijo que la poesía era tener dinero y mantener a sus hijos. Intenté disuadirla, pero las otras me mandaron a la verga porque yo no era madre, no era pobre y tenía tufos de ser un buen poeta. La guerra estaba declarada. Entonces Aída les dijo que no mamaran, que yo era un buen cliente y que no me la quería coger.
La semana siguiente Cristián (Elamigoquepepehabíarecomendado) dirigió el taller. Vimos parte de las obras de Javier Heraud, Tomás Harris, Eugenia Brito y Stella Díaz. Puras mamadas comparados con Cristo. Esos poetas me revelaron que no podía dejar de escuchar la del moño colorado dentro de mi mente, e inmediatamente después imaginar la boca de Aída exhalando el humo del cristal, rolándome la pipa y riendo. En un parpadeo mi cuerpo desaparecía del IAGO y aparecía en la pipa de Aída.
El lunes observé a unos turistas comprándole a Aída. Después de la transacción me acerqué haciendo el clásico “tssssss te rayaste, ahora vas a sacar las rayas”. ¡En caliente!, me respondió. Fumamos en el patio trasero de la Henestrosa, además, Aída picó un poco de crico y nos metimos unas rayas en el baño, como lo había prometido.
— Las morras de ayer dijeron que te sientes una nalguita, léeme algo tuyo, a ver si es cierto.
Sonreí, me sentí ultra drogado y negué con la cabeza. En seguida sentí el amargor del cristal en mi garganta e inmediatamente después la aceleración de mi pulso. Apreté los dientes y le dije a Aída que saliéramos de la Henestrosa.
En la tercera sesión del taller, leí uno de mis poemas. Cristián (Elamigoquepepehabíarecomendado, dijo que uno de los versos le parecía poético (¡Un puto verso!); otro compañero dijo que se escuchaba bien, a secas. Pero una morra me recalcó la importancia de la metáfora como apoyo literario y, al final, con aire de escritora publicada en 15 idiomas me dijo:
— ¿Me entiendes, verdad?
— ¿No mames que eso te dijo esa perra?, me dijo Aída cuando le conté.
Me pidió que fuéramos al hostal de uno de sus clientes a fumar y que le leyera algo, aunque fueran las noticias.
Se llama Amigo Cristal, le dije a los weyes que estaban en el cuarto conmigo y Aída, me sentía hasta el huevo. Aída les gritó: ¡mi amigo poeta va a leer!, entonces todos me pusieron atención.
No recuerdo cuántos minutos han pasado
desde que fumé lo más reciente
Dos, tres, no, menos, cinco, no lo sé.
Lo que sí sé amigo crico
Es que si pasan uno, dos o cinco
voy a volver a fumarte
…
Aída y todos los demás se cubrieron la boca con las manos.
— ¡Que perro eres, pero que perro eres! ¿Oyeron ese poema pinches drogadictos? ¡Qué poca madre está precioso!. — Decía al mismo tiempo que fumaba y me pasaba la pipa de cristal, incandescente, insaciable, como un verdadero poema.
Parte II
El siguiente miércoles y envalentonado por lo que había pasado con Aída, leí Amigo Cristal en el taller. Los culeros se rieron a la mala, la crítica fue devastadora. Salí del taller cabizbajo, sintiéndome un pendejo drogadicto con deseos de escribir poemitas. Pinche inútil. Ni la calle ni la gente me distraían. Todo es porque les cago, no pueden pasar de su odio personal, no pueden dejar de verme como un fantoche. Repetía estás ideas y al mismo tiempo sentía el rencor, las ganas profundas de mentarles la madre, de gritarles cualquier chingadera, pero gritarles.
El moño colorado me hizo volver de mi rencor. Aída me tomó del brazo, como sacándome de las profundidades de un río, Escupió y dijo:
— ¿Cómo te fue, perro?, ¿Les leíste tu joyita?
— Esos hijos de perra ni si quiera saben que es ser un poeta…, ¿poetas los que ellos nombran? Los pendejos se publican entre ellos y me vienen a decir que me falta mucho, que no la chinguen, lo que me falta es sacarles pero las rayas a los culeros.
Se acercó, me puso la mano en el hombro y dijo:
— No andes chillando como una perrita, esos putos no tienen idea. Vamos al hostal y me sigues leyendo.
Levanté la cabeza para verla, por primera vez me pareció atractiva. Tomó su acordeón y nos adentramos en la alameda, íbamos a la calle Hidalgo y comenzó a sonar Rocío Durcal de la bocina de un puesto de mp3 piratas. Recordé a Gloria Trevi y me pregunté si Aída era mi Gloria Trevi. Entonces me acerqué al puesto de mp3 piratas y pedí una canción de Gloria Trevi.
- ¡Ay perro!, ¿Es una indirecta?, ¿Quieres ser mi Sergio Andrade?
Le pregunté cómo la conocía y Aída comenzó a contarme una enorme historia sobre su abuela y su gusto por las TV Notas y las TV y Novelas. Le confesé a Aída que mis tías también eran fanáticas de las revistas de chismes, que era una forma culpable de decirle que yo también ojeaba las revistas mientras cagaba.
Nos paramos en un Coppel para que Aída sacara dinero. Me hizo una señal para que entrara al minúsculo espacio del cajero, había picado un par de rayas enormes. Me ofreció una. Inhale y el ardor me hizo llorar en el acto. Aída me abrazo y riendo me dijo que no estuviera triste, que con los 500 varos que había sacado la armábamos si su compa nos dejaba quedarnos en un cuarto del hostal.
Los 500 pesos nos valieron para una encerrona de 3 días llenos de cristal, llanto, sexo y maruchans. Cogimos y lloramos y yo solo veía las lágrimas de Aída recorrer la oscura órbita de sus ojeras.
Volví al taller en plenas fiestas de la Guelaguetza. Ya tenían dos sesiones con una tal Romina, traductora y crítica. Ese día no vi a Aída. Pensé en ligarme a Romina para que le gustaran mis poemas. Salí del IAGO decidido a escribirle algo y decirle sin rodeos que la deseaba. Llegué a mi casa con el corazón inquieto y un poema en mente relacionado con Romina. El miércoles me valió madre y se lo leí.
Romina
Tu coño tiene el magnetismo de la saliva.
Cuando deletreo la palabra coño imagino
que la tilde de la ñ es tu Monte Venus y
yo te monto y penetro las O de tu coño y
la única O de tu nombre Romina, donde
te empotro y no soy yo si no el otro el que
se corre en tus mejillas hasta que la
sombra de tu deseo no permita volver a respirar.
Salí del taller como quien baja de un cuadrilátero después de la victoria. Apuré el paso para contárselo a Aída, me esperaba en el hostal. Se puso seria, evadió el poema y nos pusimos a darle al cristianismo.
Un miércoles de taller, ni siquiera recuerdo por qué, Aída me confesó que le hubiera gustado llamarse Adelita, en diminutivo, que le parecía un nombre combativo. Entonces de vez en vez le decía Adelita, pero siempre a solas, como si ese nombre y esa personalidad fueran únicamente para mí.
A fines de agosto estuvo con nosotros la maestra RaquelCaradeMamonaElitista, coordinadora del diplomado. Llego a tirarnos la grasa y a ilusionarnos con la publicación de una antología (más árboles muertos). Como si se tratara de organizar una red de tráfico de cristal, nos advirtió que únicamente serían publicados poemas seleccionados por los maestros y que participar en el taller no garantizaba nada. Ya me chingaron. Ese mismo día se lo comenté a Adelita.
— Si no meten tus poemas quemamos el IAGO, yo sé dónde viven los dueños, les podemos pintarrajear la casa, alguna madre católica, para que sientan el madrazo. Es más, aunque los metan hay que ir a pintarles la casa con un poema tuyo.
RaquelElitista no mostró interés por mis poemas. En sus propias palabras les faltaba espíritu. Nunca pensó que mi generación había nacido cuando ya se habían agotado los espíritus y los disponibles eran masas de espejos amorfos. Así que me valió verga y no dejé de escribir.
— ¿Qué tienes, perrito, por qué no te chingaste las rayas, sigues con lo de publicar tus poemas? — me dijo después AdelitaExAída — . Ya te dije, mamón, vamos a pintar la casa de los dueños, les ponemos un pinche poema perrón y después algo así como Toledo se la come o no sé, algo así como ¡Viva cristo rey! Pero ya deja de poner esa pinche cara que me haces pensar en mis hijos.
— ¿No el dueño del IAGO es Toledo? — le pregunté al terminar de inhalar — Es decir quiere que vayamos a pintar su casa, no mames, todos se van a enterar que fuimos nosotros.
— ¡Mejor! — respondió AdelitaExAída exhalando el vapor lleno de anfeta y deseos.
Salimos a la calle usando dos cubrebocas con estampados de camuflaje guerrillero convencidos de que la única forma de reivindicar la poesía era pintando la casa de Francisco Toledo. AdelitaExAída tenía aerosoles verdes y morados, me dio el morado. En el trayecto comencé a repetir mentalmente los versos que deseaba pintar mientras sacudía la lata de aerosol comex, sería mi obra maestra.
Como si mi aerosol morado fuera el arma definitiva de la poesía y yo un justo revolucionario en medio de una revuelta civil originada para reconquistar los derechos poéticos, comencé a escribir en la gran puerta de madera del siglo XVI que resguardaba a la excelentísima efigie tolediana:
PUÑETERO
No fue Dios ni el Diablo
quien me hizo un mal poeta:
fue el IAGO y su séquito
de aduladores comunes.
¡Viva el gran maestro del engaño!